lunes, 28 de marzo de 2011

Acerca de mis cuentos, Jorge Luis Borges

Fragmento

Acaban de informarme que voy a hablar sobre mis cuentos. Ustedes quizás los conozcan mejor que yo, ya que yo los he escrito una vez y he tratado de olvidarlos, para no desanimarme he pasado a otros; en cambio tal vez alguno de ustedes haya leído algún cuento mío, digamos, un par de veces, cosa que no me ha ocurrido a mí. Pero creo que podemos hablar sobre mis cuentos, si les parece que merecen atención. Voy a tratar de recordar alguno y luego me gustaría conversar con ustedes que, posiblemente, o sin posiblemente, sin adverbio, pueden enseñarme muchas cosas, ya que yo no creo, contrariamente a la teoría de Edgar Allan Poe, que el arte, la operación de escribir, sea una operación intelectual. Yo creo que es mejor que el escritor intervenga lo menos posible en su obra. Esto puede parecer asombroso; sin embargo, no lo es, en todo caso se trata curiosamente de la doctrina clásica. Pero en fin, lo importante es el hecho de que el escritor es un amanuense, él recibe algo y trata de comunicarlo, lo que recibe no son exactamente ciertas palabras en un cierto orden, como querían los hebreos, que pensaban que cada sílaba del texto había sido prefijada. No, nosotros creemos en algo mucho más vago que eso, pero en cualquier caso en recibir algo. "Utopía de un hombre que está cansado". Esa utopía de un hombre que está cansado es realmente mi utopía. Creo que adolecemos de muchos errores: uno de ellos es la fama. No hay ninguna razón para que un hombre sea famoso. Para ese cuento yo imagino una longevidad muy superior a la actual. Bernard Shaw creía que convendría vivir 300 años para llegar a ser adulto. Quizás la cifra sea escasa; no recuerdo cuál he fijado en ese cuento: lo escribí hace muchos años. Supongo primero un mundo que no esté parcelado en naciones como ahora, un mundo que haya llegado a un idioma común . Vacilé entre el esperanto u otro idioma neutral y luego pensé en el latín. Todos sentíamos la nostalgia del latín, las perdidas declinaciones, la brevedad del latín. Me acuerdo de una frase muy linda de Browning que habla de ello: «Latin, marble's lenguaje» -latín, idioma del mármol. Lo que se dice en latín parece, efectivamente, grabado en el mármol de un modo bastante lapidario. Pensé en un hombre que vive mucho tiempo, que llega a saber todo lo que quiere saber, que ha descubierto su especialidad y se dedica a ella, que sabe que los hombres y mujeres en su vida pueden ser innumerables, pero se retira a la soledad. Se dedica a su arte, que puede ser la ciencia o cualquiera de las artes actuales. En el cuento se trata de un pintor. Él vive solitariamente, pinta, sabe que es absurdo dejar una obra de arte a la realidad, ya que no hay ninguna razón para que cada uno sea su propio Velásquez, su propio Shakespeare, su propio Shopenhauer. Entonces llega un momento en el que desea destruir todo lo que ha hecho. Él no tiene nombre: los nombres sirven para distinguir a unos hombres de otros, pero él vive solo. Llega un momento en que cree que es conveniente morir. Se dirige a un pequeño establecimiento donde se administra el suicidio y quema toda su obra. No hay razón para que el pasado nos abrume, ya que cada uno puede y debe bastarse. Para que ese cuento fuese contado hacía falta una persona del presente; esa persona es el narrador. El hombre aquél le regala uno de sus cuadros al narrador, quien regresa al tiempo actual (creo que es contemporáneo nuestro). Aquí recordé dos hermosas fantasías, una de Wells y otra de Coleridge. La de Wells está en el cuento titulado "The Time Machine" -"La máquina del tiempo"-, donde el narrador viaja a un porvenir muy remoto, y de ese porvenir trae una flor, una flor marchita; al regresar él esa flor no ha florecido aún . La otra es una frase, una sentencia perdida de Coleridge que está en sus cuadernos, que no se publicaron nunca hasta después de su muerte y dice simplemente: "Si alguien atravesara el paraíso y le dieran como prueba de su pasaje por el paraíso una flor y se despertara con esa flor en la mano, entonces, ¿qué?" Eso es todo, yo concluí de ese modo: el hombre vuelve al presente y trae consigo un cuadro del porvenir, un cuadro que no ha sido pintado aún. Ese cuento es un cuento triste, como lo indica su título: Utopía de un hombre que está cansado.

lunes, 21 de marzo de 2011

Uruguay en Letras

Mario Benedetti escribe,
Montevideo era verde en mi infancia
absolutamente verde y con tranvías...
y el Prado con caminos de hojas secas
y el olor a eucaliptus y a temprano.


La nostalgia se escurre de los libros
se introduce debajo de la piel
y esta ciudad sin párpados
este país que nunca sueña
de pronto se convierte en el único sitio
donde el aire es mi aire...
Juana de Ibarbourou reivindicaba
“la dicha de ser propiedad de una ciudad y de sentirla mi piel, mi sueño chiquito, mi insomnio gigante, mi esperanza de polvo, mi montaña de acontecimientos”.
Alejandro Dumas
Si por la noche, a través de las ventanas abiertas que derraman en las calles torrentes de luz y de armonía, oís el canto de los pianos o los gemidos del arpa, los trinos alegres de las cuadrillas o las notas melancólicas de las romanzas, es que estáis en Montevideo.
Montevideo no es solamente una ciudad; es un símbolo. No es solamente un pueblo; es una esperanza.


Y también Rubén Darío le dedicó algunos de sus versos,
Montevideo, copa de plata
llena de encantos y primores,
flor de ciudades, ciudad de flores,
de cielos mágicos y tierra grata.
Benedetti, describe un itinerario de su adolescencia,
Desde Punta Carretas, al viejo le quedaba relativamente cerca su trabajo. Pero a mí no me ocurría lo mismo con el Liceo Miranda. Tenía que tomar dos líneas de autobús, o un autobús y un tranvía, de modo que, salvo cuando llovía o estaba muy ventoso, prefería regresar a pie. Tomaba por Sierra, Jackson, Bulevar España, 21 de septiembre, Ellauri hasta la Penitenciaria... Alguna que otra tarde cambiaba mi itinerario y venía por Agraciada, Rondeau, hasta la Plaza Cagancha...
Jorge Luis Borges, en su cuento "Avelino Arredondo" publicado en "El libro de arena" en 1975, situó el único magnicidio de la historia del Uruguay ocurrido en Montevideo en 1897, en la puerta del Club Uruguay, a la salida de la Catedral, en la plaza Matriz, cuando mató Arredondo al presidente Idiarte Borda.

"Cada sábado los amigos ocupaban la misma mesa lateral en el Café del Globo, a la manera de los pobres decentes que saben que no pueden mostrar su casa o que rehuyen su ámbito"...
Y hay más: dos gauchos de Cerro Largo protagonizan "El otro duelo", cuento al que Borges atribuye al hijo del escritor uruguayo Carlos Reyles.

Abundó en menciones a "su otra tierra" también en su poesía.
En la "Milonga para los orientales", leemos: "Milonga que este porteño/ Dedica a los orientales,/ Agradeciendo memorias/ De tardes y de ceibales".
Años antes, en su poema "Montevideo", había escrito:
..."Puerta falsa en el tiempo, tus calles miran al pasado más leve./ Claror de donde la mañana nos llega, sobre las dulces aguas turbias./ Antes de iluminar mi celosía tu bajo sol bienaventura tus quintas./ Ciudad que se oye como un verso./ Calles con luz de patio".
Click aquí por "el costado oriental de Borges" y Borges y el Uruguay.
Neruda y Atlántida
"...Arenas de Datitla / junto / al abierto estuario / de La Plata, en las primeras / olas del gris Atlántico, / soledades amadas, / no sólo / al penetrante / olor y movimiento / de pinares marinos / me devolvéis / no sólo / a la miel del amor y su delicia, / sino a las circunstancias / más puras de la tierra: / a la seca y huraña / Flora del Mar, del Aire, / del Silencio."
Neruda la renombró como Datitla, y la casa que ocupaban con Matilde Urrutia está ubicada en la Rambla y calle 14.

"Y cuando/ de regreso/ brilló tu boca bajo los pinares/ de Datitla y arriba/ silbaron, crepitaron/ y cantaron/ extravagantes/ pájaros/ bajo la luna de Montevideo, entonces/ a tu amor he regresado/ a la alegría de tus anchos ojos;/ bajé, toqué la tierra/ amándote y amando/ mi viaje venturoso/".
Al puente ondulante de la Barra de Maldonado, en Punta del Este Neruda le escribe, "entre agua y aire brilla el puente curvo/ entre verde y azul las curvaturas"

Dante, fervor de Borges (segunda parte)


Después leí otras ediciones.
Leía todas las ediciones que encontraba y me distraía con los distintos comentarios, las distintas interpretaciones de esa obra múltiple. Comprobé que en las ediciones más antiguas predomina el comentario teológico; en las del siglo diecinueve, el histórico, y actualmente el estético, que nos hace notar la acentuación de cada verso, una de las máximas virtudes de Dante.
y si pensamos en los cien cantos del poema parece realmente un milagro que esa intensidad no decaiga, salvo en algunos lugares del Paraíso que para el poeta fueron luz y para nosotros sombra.
Quiero recordar otro rasgo: la delicadeza de Dante. Siempre pensamos en el sombrío y sentencioso poema florentino y olvidamos que la obra está llena de delicias, de deleites, de ternuras. Esas ternuras son parte de la trama de la obra.
Hay un verso que está siempre en mi memoria. Es aquel del primer canto del Purgatorio que se refiere a esa mañana, esa mañana increíble en la montaña del Purgatorio, en el Polo Sur. Dante, que ha salido de la suciedad, de la tristeza y el horror del Infierno, dice «dolce color d’oriëntal zaffiro». El verso impone esa lentitud a la voz. Hay que decir oriëntal:

dolce color d\’oriëntal zaffiro
che s\’accoglieva nel sereno aspetto
del mezzo puro infino al primo giro.


Quisiera demorarme sobre el curioso mecanismo de ese verso, salvo que la palabra «mecanismo» es demasiado dura para lo que quiero decir. Dante describe el cielo oriental, describe la aurora y compara el color de la aurora con el del zafiro.
Es decir, un zafiro que está cargado de la riqueza de la palabra «oriental»; está lleno, digamos, de Las mil y una noches que Dante no conoció pero que sin embargo ahí están.
Recordaré también el famoso verso final del canto quinto del Infierno: «e caddi come corpo morto cade». ¿Por qué retumba la caída? La caída retumba por la repetición de la palabra «cae».
Entramos, pues, en el relato, y entramos de un modo casi mágico porque actualmente, cuando se cuenta algo sobrenatural, se trata de un escritor incrédulo que se dirige a lectores incrédulos y tiene que preparar lo sobrenatural. Dante no necesita eso: «Nel mezzo del cammin di nostra vita / mi ritrovai per una selva oscura». Es decir, a los treinta y cinco años «me encontré en mitad de una selva oscura» que puede ser alegórica, pero en la cual creemos físicamente:...
No creo que Dante fuera un visionario. Una visión es breve. Es imposibie una visión tan larga como la de la Comedia.
La visión fue voluntaria: debemos abandonarnos a ella y leerla, con fe poética.
En el caso de Dante, todo es tan vívido que llegamos a suponer que creyó en su otro mundo.
Conocemos profundamente a Dante por un hecho que fue señalado por Paul Groussac: porque la Comedia está escrita en primera persona.
Significa algo más, significa que Dante es uno de los personajes de la Comedia.
A Dante lo conocemos de un modo más íntimo que sus contemporáneos. Casi diría que lo conocemos como lo conoció Virgilio, que fue un sueño suyo. Sin duda, más de lo que lo pudo conocer Beatriz Portinari; sin duda, más que nadie. El se coloca ahí y está en el centro de la acción. Todas las cosas no sólo son vistas por él, sino que él toma parte. Esa parte no siempre está de acuerdo con lo que describe y es lo que suele olvidarse.
Vemos a Dante aterrado por el Infierno; tiene que estar aterrado no porque fuera cobarde sino porque es necesario que esté aterrado para que creamos en el Infierno. Dante está aterrado, siente miedo, opina sobre las cosas. Sabemos lo que opina no por lo que dice sino por lo poético, por la entonación, por la acentuación de su lenguaje.

Tenemos el otro personaje. En verdad, en la Comedia hay tres, pero ahora hablaré del segundo. Es Virgilio. Dante ha logrado que tengamos dos imágenes de Virgilio: una, la imagen que nos deja la Eneida o que nas dejan las Geórgicas; la otra, la imagen más íntima que nos deja la poesía, la piadosa poesía de Dante.
Uno de los temas de la literatura, como uno de los temas de la realidad, es la amistad. Yo diría que la amistad es nuestra pasión argentina. Hay muchas amistades en la literatura, que está tejida de amistades. Podemos evocar algunas...
Dante viene a ser un hijo de Virgilio y al mismo tiempo es superior a Virgilio porque se cree salvado. Cree que merecerá la gracia o que la ha merecido, ya que le ha sido dada la visión.
En cambio, desde el comienzo del Infierno sabe que Virgilio es un alma perdida, un réprobo; cuando Virgilio le dice que no podrá acompañarlo más allá del Purgatorio, siente que el latino será para siempre un habitante del terrible « nobile castello» donde están las grandes sombras de los grandes muertos de la Antigüedad, los que por ignorancia invencible no alcanzaron la palabra de Cristo.
Esa figura esencialmente triste de Virgilio, que se sabe condenado a habitar para siempre en el nobile castello lleno de la ausencia de Dios… En cambio, a Dante le será permitido ver a Dios, le será permitido comprender el universo.
Tenemos, pues, esos dos personajes. Luego hay miles, centenares, una multitud de personajes de los que se ha dicho que son episódicos. Yo diría que son eternos.
Una novela contemporánea requiere quinientas o seiscientas páginas para hacernos conocer a alguien, si es que lo conocemos. A Dante le basta un solo momento. En ese momento el personaje está definido para siempre. Dante busca ese momento central inconscientemente. Yo he querido hacer lo mismo en muchos cuentos y he sido admirado por ese hallazgo, que es el hallazgo de Dante en la Edad Media, el de presentar un momento como cifra de una vida.
En Dante tenemos esos personajes, viven en una palabra, en un acto, no se precisa más; son parte de un canto, pero esa parte es eterna. Siguen viviendo y renovándose en la memoria y en la imaginación de los hombres.
Recordemos dos ejemplos. Vamos a tomar el episodio más conocido del Infierno, el del canto quinto, el de Paolo y Francesca. No pretendo abreviar lo que Dante ha dicho -sería una irreverencia mía decir en otras palabras lo que él ha dicho para siempre en su italiano-; quiero recordar simplemente las circunstancias.
Dante y Virgilio llegan al segundo círculo (si mal no recuerdo) y ahí ven el remolino de almas y sienten el hedor del pecado, el hedor del castigo.
Al llegar a ese círculo en el que están penando los lujuriosos, hay grandes nombres ilustres.
Vemos a los grandes poetas de la Antigüedad. Entre ellos está Homero, espada en mano. Cambian palabras que no es honesto repetir. Está bien el silencio, porque todo condice con ese terrible pudor de quienes están condenados al Limbo, de quienes no verán nunca el rostro de Dios. Cuando llegamos al canto quinto, Dante ha llegado a su gran descubrimiento: la posibilidad de un diálogo entre las almas de los muertos y el Dante que los sentirá y juzgará a su modo. No, no los juzgará: él sabe que no es el Juez, que el Juez es el Otro, un tercer interlocutor, la Divinidad.
Pues bien: ahí están Homero, Platón, otros grandes hombres ilustres.
Pero Dante ve a dos que él no conoce, menos ilustres, y que pertenecen al mundo contemporáneo: Paolo y Francesca. Sabe cómo han muerto ambos adúlteros, los llama y ellos acuden. Dante nos dice: «Quali colombe dal disio chiamate». Estamos ante dos réprobos y Dante los compara con dos palomas llamadas por el deseo, porque la sensualidad tiene que estar también en lo esencial de la escena. Se acercan a él y Francesca, que es la única que habla (Paolo no puede hacerlo), le agradece que los haya llamado y le dice estas palabras patéticas:
«Se fosse amico il Re dell\’universo / noi preghremmo lui per lu tua pace», «si fuese amigo el Rey del universo (dice Rey del universo porque no puede decir Dios, ese nombre está vedado en el Infierno y en el Purgatorio), le rogaríamos por tu paz», ya que tú te apiadas de nuestros males.
Francesca cuenta su historia y la cuenta dos veces. La primera la cuenta de un modo reservado, pero insiste en que ella sigue estando enamorada de Paolo. El arrepentimiento está vedado en el Infierno; ella sabe que ha pecado y sigue fiel a su pecado, lo que le da una grandeza heroica. Sería terrible que se arrepintiera, que se quejara de lo ocurrido. Francesca sabe que el castigo es justo, lo acepta y sigue amando a Paolo.
Dante tiene una curiosidad. «Amor condusse noi ad una morte»: Paolo y Francesca han sido asesinados juntos. A Dante no le interesa el adulterio, no le interesa el modo como fueron descubiertos ni ajusticiados: le interesa algo más íntimo, y es saber cómo supieron que estaban enamorados, cómo se enamoraron, cómo llegó el tiempo de los dulces suspiros. Hace la pregunta.
Apartándome de lo que estoy diciendo, quiero recordar una estrofa, quizá la mejor estrofa de Leopoldo Lugones, inspirada sin duda en el canto quinto del Infierno. Es la primera cuarteta de Alma venturosa, uno de los sonetos de Las horas doradas, de 1922:

Al promediar la tarde de aquel día,
Cuando iba mi habitual adiós a darte
Fue una vaga congoja de dejarte
Lo que me hizo saber que te quería

Un poeta inferior hubiera dicho que el hombre siente una gran tristeza al despedirse de la mujer, y hubiera dicho que se veían raramente. En cambio, aquí, «cuando iba mi habitual adiós a darte» es un verso torpe, pero eso no importa; porque decir «un habitual adiós» expresa que se veían frecuentemente, y luego «fue una vaga congoja de dejarte / lo que me hizo saber que te quería».
El tema es esencialmente el mismo del canto quinto: dos personas que descubren que están enamoradas y que no lo sabían. Es lo que Dante quiere saber, y quiere que le cuente cómo ocurrió. Ella le refiere que leían un día, para deleitarse, sobre Lancelote y cómo lo aquejaba el amor. Estaban solos y no sospechaban nada. ¿Qué es lo que no sospechaban? No sospechaban que estaban enamorados. Y estaban leyendo una historia de La matiére de Bretagne, uno de esos libros que imaginaron los britanos en Francia después de la invasión sajona. Esos libros que alimentaron la locura de Alonso Quijano y que revelaron su amor culpable a Paolo y Francesca. Pues bien: Francesca declara que a veces se ruborizaban, pero que hubo un momento, «quando leggemmo il disiato riso», «cuando leímos la deseada sonrisa», en que fue besada por tal amante; éste que no se separará nunca de mí, la boca me besó, «tutto tremante». Hay algo que no dice Dante, que se siente a lo largo de todo el episodio y que quizá le da su virtud. Con infinita piedad, Dante nos refiere el destino de los dos amantes y sentimos que él envidia ese destino. Paolo y Francesca están en el Infierno, él se salvará, pero ellos se han querido y él no ha logrado el amor de la mujer que ama, de Beatriz. En esto hay una jactancia también, y Dante tiene que sentirlo como algo terrible, porque él ya está ausente de ella. En cambio, esos dos réprobos están juntos, no pueden hablarse, giran en el negro remolino sin ninguna esperanza, ni siquiera nos dice Dante la esperanza de que los sufrimientos cesen, pero están juntos. Cuando ella habla, usa el nosotros: habla por los dos, otra forma de estar juntos. Están juntos para la eternidad, comparten el Infierno y eso para Dante tiene que haber sido una suerte de Paraíso.
Sabemos que está muy emocionado. Luego cae como un cuerpo muerto.
Cada uno se define para siempre en un solo instante de su vida, un momento en el que un hombre se encuentra para siempre consigo mismo. Se ha dicho que Dante es cruel con Francesca, al condenarla. Pero esto es ignorar al Tercer Personaje. El dictamen de Dios no siempre coincide con el sentimiento de Dante.
Quienes no comprenden la Comedia dicen que Dante la escribió para vengarse de sus enemigos y premiar a sus amigos. Nada más falso. Nietzche dijo falsísimamente que Dante es la hiena que versifica entre las tumbas. La hiena que versifica es una contradicción; por otra parte, Dante no se goza con el dolor. Sabe que hay pecados imperdonables, capitales. Para cada uno elige una persona que ha cometido ese pecado, pero que en todo lo demás puede ser admirable o adorable. Francesca y Paolo sólo son lujuriosos. No tienen otro pecado, pero uno basta para condenarlos.
La idea de Dios como indescifrable es un concepto que ya encontramos en otro de los libros esenciales de la humanidad.
En el Libro de Job, ustedes recordarán cómo Job condena a Dios, cómo sus amigos lo justifican y cómo al fin Dios habla desde el torbellino y rechaza por igual a quienes lo justifican y a quienes lo acusan.
Dios está más allá de todos los juicios humanos y así lo declara El mismo en el Libro de Job. Y los hombres se humillan ante él porque se han atrevido a juzgarlo, a justificarlo. No lo precisa. Dios está, como diría Nietzsche, más allá del bien y del mal. Es otra categoría.
Si Dante hubiera coincidido siempre con el Dios que imagina, se vería que es un Dios falso, simplemente una réplica de Dante. En cambio, Dante tiene que aceptar ese Dios, como tiene que aceptar que Beatriz no lo haya querido, que Florencia es infame, como tendrá que aceptar su destierro y su muerte en Ravena. Tiene que aceptar el mal del mundo al mismo tiempo que tiene que adorar a ese Dios que no entiende.
Hay un personaje que falta en la Comedia y que no podía estar porque hubiera sido demasiado humano. Ese personaje es Jesús. No aparece en la Comedia como aparece en los Evangelios: el humano Jesús de los Evangelios no puede ser la Segunda Persona de la Trinidad que la Comedia exige.
Quiero llegar, por fin, al segundo episodio, que es para mí el más alto de la Comedia. Se encuentra en el canto veintiséis.
Es el episodio de Ulises. Yo escribí una vez un artículo titulado «El enigma de Ulises». Lo publiqué, lo perdí después y ahora voy a tratar de reconstruirlo. Creo que es el más enigmático de los episodios de la Comedia y quizá el más intenso, salvo que es muy difícil, tratándose de cumbres, saber cuál es la más alta y la Comedia está hecha de cumbres. Si he elegido la
Comedia para esta primera conferencia es porque soy un hombre de letras y creo que el ápice de la literatura y de las literaturas es la Comedia. Eso no implica que coincida con su teología ni que esté de acuerdo con sus mitologías. Tenemos la mitología cristiana y la pagana barajadas. No se trata de eso. Se trata de que ningún libro me ha deparado emociones estéticas tan intensas. Yo soy un lector hedónico, lo repito; busco emoción en los libros. La Comedia es un libro que todos debemos leer. No hacerlo es privarnos del mejor don que la literatura puede darnos, es entregarnos a un extraño ascetismo. ¿Por qué negarnos la felicidad de leer la Comedia? Además, no se trata de una lectura difícil. Es difícil lo que está detrás de la lectura: las opiniones, las discusiones; pero el libro es en sí un libro cristalino. Y está el personaje central, Dante, que es quizá el personaje más vívido de la literatura y están los otros personajes. Pero vuelvo al episodio de Ulises.
Llegan a una hoya, creo que es la octava, la de los embaucadores.
Las llamas se mueven y Dante está por caerse. Lo sostiene Virgilio, la palabra de Virgilio. Se habla de quienes están dentro de esas llamas y Virgilio menciona dos altos nombres: el de Ulises y el de Diomedes.
Ahí están Ulises y Diomedes, y Dante quiere conocerlos. Le dice a Virgilio su deseo de hablar con estas dos ilustres sombras antiguas, con esos claros y grandes héroes antiguos. Virgilio aprueba su deseo pero le pide que lo deje hablar a él, ya que se trata de dos griegos soberbios.
Podemos olvidar las hipótesis de que Dante hubiera sido despreciado por ser descendiente de Eneas o por ser un bárbaro, despreciable para los griegos. Virgilio, como Diomedes y Ulises, son un sueño de Dante. Dante está soñándolos, pero los sueña con tal intensidad, de un modo tan vívido, que puede pensar que esos sueños (que no tienen otra voz que la que les da, que no tienen otra forma que la que él les presta) pueden despreciarlo, a él que no es nadie, que no ha escrito aún su Comedia.
Dante ha entrado en el juego, como nosotros entramos: Dante también está embaucado por la Comedia. Piensa: éstos son claros héroes de la Antigüedad y yo no soy nadie, un pobre hombre. ¿Por qué van a hacer caso de lo que yo les diga? Entonces Virgilio les pide que cuenten cómo murieron y habla la voz del invisible Ulises. Ulises no tiene rostro, está dentro de la llama. Aquí llegamos a lo prodigioso, a una leyenda creada por Dante, una leyenda superior a cuanto encierran la Odisea y la Eneida, o a cuanto encerrará ese otro libro en que aparece Ulises y que se llama Sindibad del Mar (Simbad el Marino), de Las mil y una noches.
Ulises deja a Penélope y llama a sus compañeros y les dice que aunque son gente vieja y cansada, han atravesado con él miles de peligros; les propone una empresa noble, la empresa de cruzar las Columnas de Hércules y de cruzar el mar, de conocer el hemisferio austral, que, como se creía entonces, era un hemisferio de agua; no se sabía que hubiera nadie allí. Les dice que son hombres, que no son bestias; que han nacido para el coraje, para el conocimiento; que han nacido para conocer y para comprender. Ellos lo siguen y «hacen alas de sus remos»…
Es curioso que esta metáfora se encuentra también en la Odisea, que Dante no pudo conocer. Entonces navegan y dejan atrás a Ceuta y Sevilla, entran por el alto mar abierto y doblan hacia la izquierda. Hacia la izquierda, «sobre la izquierda», significa el mal en la Comedia.
Para ascender por el Purgatorio se va por la derecha; para descender por el Infierno, por la izquierda. Es decir, el lado «siniestro» es doble; dos palabras con lo mismo.
Navegan durante cinco meses y luego, al fin, ven tierra. Lo que ven es una montaña parda por la distancia, una montaña más alta que ninguna de las que habían visto. Ulises dice que la alegría se cambió en llanto, porque de la tierra sopla un torbellino y la nave se hunde. Esa montaña es la del Purgatorio, según se ve en otro canto. Dante cree que el Purgatorio (Dante simula creer para fines poéticos) es antípoda de la ciudad de Jerusalén.
Bueno, llegamos a este momento terrible y preguntamos por qué ha sido castigado Ulises. Evidentemente no lo fue por la treta del caballo, puesto que el momento culminante de su vida, el que se refiere a Dante y el que se refiere a nosotros, es otro: es esa empresa generosa, denodada, de querer conocer lo vedado, lo imposible.
Ulises obra como el más alto de los hombres. Ulises, además, invoca una razón justa, que está relacionada con la inteligencia, y es castigado. ¿A qué debe su carga trágica este episodio? Creo que hay una explicación, la única valedera, y es ésta: Dante sintió que Ulises, de algún modo, era él. No sé si lo sintió de un modo consciente y poco importa. En algún terceto de la Comedia dice que a nadie le está permitido saber cuáles son los juicios de la Providencia.
No podemos adelantarnos al juicio de la Providencia, nadie puede saber quién será condenado y quién salvado. Pero él había osado adelantarse, por modo poético, a ese juicio.
Nos muestra condenados y nos muestra elegidos. Tenía que saber que al hacer eso corría peligro; no podía ignorar que estaba anticipándose a la indescifrable providencia de Dios.
Por eso el personaje de Ulises tiene la fuerza que tiene, porque Ulises es un espejo de Dante, porque Dante sintió que acaso él merecería ese castigo. Es verdad que él había escrito el poema, pero por sí o por no estaba infringiendo las misteriosas leyes de la noche, de Dios, de la Divinidad.
He llegado al fin. Quiero solamente insistir sobre el hecho de que nadie tiene derecho a privarse de esa felicidad, la Comedia, de leerla de un modo ingenuo. Después vendrán los comentarios, el deseo de saber qué significa cada alusión mitológica, ver cómo Dante tomó un gran verso de Virgilio y acaso lo mejoró traduciéndolo.
Al principio debemos leer el libro con fe de niño, abandonarnos a él; después nos acompañará hasta el fin. A mí me ha acompañado durante tantos años, y sé que apenas lo abra mañana encontraré cosas que no he encontrado hasta ahora. Sé que ese libro irá más allá de mi vigilia y de nuestras vigilias.



Jorge Luis Borges

lunes, 14 de marzo de 2011

Final del juego, libros subrayados

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Había empezado a leer la novela unos días antes.
Volvió a abrirla cuando regresaba en tren a la finca; se dejaba interesar lentamente por la trama, por el dibujo de los personajes.

Su memoria retenía sin esfuerzo los nombres y las imágenes de los protagonistas, la ilusión novelesca lo ganó casi en seguida. Gozaba del placer casi perverso de irse desgajando linea a linea de lo que lo rodeaba, y sentir a la vez que su cabeza descansaba comodamente en el terciopelo del alto respaldo, que los cigarrillos seguían al alcance de la mano, que más allá de los ventanales danzaba el aire del atardecer bajo los robles.

Palabra a palabra, dejándose ir hacia las imágenes.

No había venido para repetir las ceremonias de una pasión secreta, protegida por un mundo de hojas secas y senderos furtivos.

Todo estaba decidido para siempre.
Nada había sido olvidado: coartadas, azares, posibles errores.
A partir de esa hora cada instante tenía su empleo minuciosamente atribuído.

Continuidad de los parques


abríamos despacio la puerta blanca, y al cerrarla otra vez era como un viento, una libertad que nos tomaba de las manos, de todo el cuerpo y nos lanzaba hacia adelante.

que en una casa donde hay alguien con un defecto físico y mucho orgullo, todos juegan a ignorarlo empezando por el enfermo, o más bien se hacen los que no saben que el otro sabe.

cuando la conversación decaía, nos hizo mucho mal a las dos, nos dió deseos de irnos o que no hubiera venido nunca.

Final del juego

Y sí, parece que es así, que te has ido diciendo no sé que cosa, que te ibas a tirar al Sena, algo por el estilo.

hace tanto que apenas te escucho cuando dices cosas así, eso viene del otro lado de mis ojos cerrados.

qué me importa si te has ido, si te has ahogado o todavía andas por los muelles mirando el agua, y además no es cierto porque estás aquí dormida.

te mueves ondulando.

como si de verdad soñaras que has salido y que después de todo llegaste a los muelles y te tiraste al agua.

para dormir hasta las once de la mañana, la hora en que traen el diario con las noticias de los que se han ahogado de veras.

Tus determinaciones trágicas, tus amenazas, tus chantajes repugnantes, tus inagotables escenas patéticas untadas de lágrimas y adjetivos y recuentos. Merecerías a alguien más dotado que yo para que te diera la réplica.

Pero ya ves escojo el silencio, enciendo un cigarrillo y te escucho hablar, te escucho quejarte (con razón pero que puedo hacerle), o lo que es todavía mejor me voy quedando dormido.

Para enriquecer mis propios sueños adonde a nadie se le ocurre ahogarse, puedes creerme.

Que estás haciendo en esta cama que habías decidido abandonar por la otra más vasta y más huyente.

en el instante mismo en que yo resbalaba al olvido.

el amanecer nos envuelve y reconcilia.

vagamente acaricio tu pelo derramado en la almohada, en la penumbra verde miro con sorpresa mi mano que chorrea, y antes de resbalar a tu lado sé que acaban de sacarte del agua, demasiado tarde, naturalmente, y que yaces sobre las piedras del muelle rodeada de zapatos y de voces, desnuda boca arriba con tu pelo empapado y tus ojos abiertos.

El río

A Petrone le gustó el hotel Cervantes por razones que hubieran desagradado a otros. Era un hotel sombrío, tranquilo, casi desierto, que estaba en la zona céntrica de Montevideo.
En la habitación había una pequeña ventana que daba a la azotea del cine contiguo. El cuarto de baño daba a una ventana más grande que se abría tristemente a un muro y a un lejano pedazo de cielo, casi inutil.
El día se pasó en conversaciones, cortadas por un copetín en Pocitos,
Al despertarse, en esos primeros minutos en que todavía quedan las sobras de la noche y del sueño.

Mientras se informaba sobre líneas de ómnibus y nombres de calles...

El silencio del hotel parecía coagularse, caer como ceniza sobre los muebles y las baldosas.

Petrone dio una vuelta por 18 de Julio antes de entrar a cenar en uno de los bodegones de la plaza Independencia.

El silencio del hotel era casi excesivo, y el ruido de uno que otro tranvía que bajaba por la calle Soriano no hacía más que pausarlo, fortalecerlo para un nuevo intervalo.

Mientras se miraba distraído en el espejo de un armario. Era un armario ya viejo, y lo habían adosado a una puerta que daba a la habitación contigua. Le sorprendió descubrir la puerta que se le había escapado en su primera inspección del cuarto.
Alguna vez la gente había entrado y salido por ella, golpeándola entornándola, dándole una vida que todavía estaba presente en su madera tan distinta de las paredes.

Lo despertó una sensación de incomodidad, como si algo ya hubiera ocurrido, algo molesto e irritante.

El hotel dormía, las cosas y las gentes dormían. Pero a Petrone se le ocurrió que era al revés y que todo estaba despierto, anhelosamente despierto en el centro del silencio.

La puerta condenada

Ahora entraba en la parte más agradable del trayecto, el verdadero paseo: una calle larga, bordeada de árboles, con poco tráfico y amplias villas que dejaban venir los jardines hasta las aceras, apenas demarcadas por setos bajos.
se dejó llevar por la tersura, por la leve crispación de ese día apenas empezado. Tal vez su involuntario relajamiento le impidió prevenir el accidente.

Como sueño era curioso porque estaba lleno de olores y el nunca soñaba olores.

La noche boca arriba

miércoles, 9 de marzo de 2011

Una habitación de hotel, rincón en la literatura

En una época de bohemia y glamour casi olvidada, célebres escritores de lengua española se vieron atraídos por el encanto de Montevideo y sus tertulias interminables. Una suerte de hechizo de los hoteles Cervantes, Carrasco y Plaza Fuerte, donde se alojaron figuras de la literatura universal.
Julio Cortázar (1914-1984), Jorge Luis Borges (1889-1986) y Adolfo Bioy Casares (1914-1999) eligieron el Cervantes, establecimiento del centro de Montevideo, para pasar sus noches en la capital uruguaya, mientras que el español Federico García Lorca (1898-1936) estuvo una larga temporada en el lujoso Carrasco.
Cortazar y Bioy escribieron dos cuentos idénticos.
"Un viaje" o "El Mago Inmortal", de Bioy Casares y "La Puerta Condenada" de Cortázar.
Ambos narran la historia de un hombre que se aloja en un hotel y no puede dormir por las voces que oye en el cuarto vecino. Irritado al principio, luego desesperado, se resigna a comentar la acción que transcurre del otro lado del tabique. Finalmente descubre que la trama no existe, que en el cuarto de al lado había un único e imposible huésped.
Si ya la coincidencia argumental es rara (aunque cuartos vacíos y ocupantes fantasmas estén arraigados en la tradición de la literatura fantástica), la enrarece aún más la coincidencia en los detalles.
Petrone, el personaje de Cortázar, y el "yo" narrador de Bioy, son comerciantes. Viajan a la misma ciudad, Montevideo (en el Vapor de la carrera), y están a punto de registrarse en el mismo hotel.
Cortazar publica "La puerta condenada", en 1956 en el volumen Final del juego.
Más allá de la historia que se narra en el cuento, Cortázar describe allí el hotel Cervantes -o lo que de él recuerda, ya que el cuento fue escrito en París-, y desliza, de paso, algún comentario sobre Montevideo y los montevideanos.
"A Petrone le gustó el Hotel Cervantes por razones que hubieran desagradado a otros", dice Cortázar.
"Juraría que al chauffer del taxímetro le ordené: "Al hotel Cervantes", se asombra el personaje de Bioy, (en "El viaje", 1962) con inquietante perplejidad cuando el taxi se para frente al hotel La Alhambra.
Del Cervantes apunta nostálgico Bioy: "Cuántas veces, por la ventana del baño, que da a los fondos, con pena en el alma habré contemplado, a la madrugada, un árbol solitario, un pino..."
Y Cortázar: "El cuarto de baño tenía una ventana más grande, que se abría tristemente a un muro, a un lejano pedazo de cielo, casi inútil".La vista melancólica desde el cuarto de baño aparece en el comienzo de los relatos. También esta declaración del personaje de Bioy: "Me apresuro a declarar que no creo en magos, con o sin bonete, pero sí en la magia del mundo".Citan los mismos ejemplos: el tedio de sus negocios, la grisura de la ciudad, diarios que compran y leen sin interés, paseos por el centro, las palomas. Incluso el cine que promete y frustra la ilusión de un refugio.
El personaje de Cortázar ha visto las películas y no entra. El de Bioy entra, ve una y lo desasosiega.
Al aburrimiento se le sumará el cansancio. Y las voces nocturnas: el llanto de un niño y el arrullo de la madre despiertan a Petrone; al don Juan fracasado de Bioy le toca el castigo de una pareja que hace el amor estrepitosa e interminablemente. Uno se queja al gerente del hotel y le dicen que no hay ningún niño en el piso, que la mujer siempre ha estado sola. El otro se resigna: sabe que no hay más cuartos libres.
"Se preguntó si no debería dar unos golpes discretos en la pared para que la mujer hiciera callar al chico" (Cortázar).
"Salté de la cama para dar nudillos en la pared..." (Bioy).
Cuando se hace el silencio, ambos habían planeado una venganza para librarse de sus vecinos.
En el cuento de Cortázar se ejecuta y la mujer abandona el hotel. En el de Bioy, se convierte en el humilde deseo de ver a la mujer de la pareja.
Pero a través de la puerta condenada, vuelve a oírse el llanto del niño, y en "Un viaje o el mago inmortal", el envidioso insomne atestigua que en el cuarto vecino no hay ninguna pareja sino un anciano debilucho que se llama Merlín.
Contra la corriente de sus vidas -uno residía en París, el otro siempre en Buenos Aires- y contra una amistad distante, hecha de afectuoso respeto pero con escasos encuentros personales se vieron y hablaron de los caprichos del azar.
Desde todo punto de vista, los cuentos gemelos rechazaban una explicación. Paradójicamente, Bioy Casares, quien en su obra nunca abandona la fe en lo extraordinario, se negó a admitir otra razón que la casualidad.
Averiguar dónde y qué estaban haciendo cuando se les ocurrió la historia del viajante, mostró que antes de escribir ya coincidían: estaban solos, Bioy en un hotel de Portofino, leyendo a Dante, Cortázar, en una casa en un bosque de Francia, leía un libro sobre vampiros.
Los dos sintieron una nostalgia de Buenos Aires y por pudor, decidieron situar el cuento en Montevideo.
Y así emprendieron el viaje imaginario en el vapor de la carrera, hacia el hotel Cervantes, hacia el cuarto fantástico.
En 1973, Buenos Aires los reunió fugazmente para reírse juntos de un plagio sin plagiarios cuya impecable confección desmorona la suspicacia del más vigilante de los críticos. Ni Cortázar ni Bioy imaginaron que aquel encuentro fue también el último. Jamás volverían a verse.
La cita del Quijote que precede al relato de Bioy Casares parece comentar, con una precisión que estremece y deleita, la extraña historia de los "El cómo o para qué nos encantó nadie lo sabe".
Cortázar sostuvo que en esta coincidencia había un mensaje indescifrable, una tercera voluntad, tal vez porque más allá de la concurrencia argumental, ambos relatos hacían referencia a un pequeño hotel situado en el centro de Montevideo: el Cervantes.
Fuentes:
El Observador 2 de setiembre de 1994
La máquina del Tiempo, Clarín 1994
Dietario voluble, El País
Enrique Vila Matas, 13 de Mayo de 2007

viernes, 4 de marzo de 2011

Las armas secretas, libros subrayados


Los nombres, esa duración pertinaz.

Objetos de un mundo caduco en la lejana orilla del río.

La fría y resuelta recuperación de los viejos frente a la muerte.

La casa ahí, con toda la infancia.

Si le hubieran faltado habría sentido caer sobre él la libertad como un peso insoportable.

Quién sabe si lo que miraban juntos era la misma cosa para los dos.

Y él se plegaba a su silencio por cobardía.

que aceptara la existencia póstuma de Nico...

llamado a plena luz de su nombre el incubo se hubiera desaparecido.

las noche en que se habían querido desesperadamente en el barco que los traía a Francia.

De calle en calle fue sintiendo como le costaba situarse en el presente, en lo que tendría que suceder media hora más tarde. La carta lo metía, lo ahogaba en la realidad de esos años de vida en París, la mentira de una paz traficada, de una felicidad de puertas para afuera, sostenida por diversiones, de un pacto involuntario de silencio en que los dos se desunían poco apoco como en todos los pactos negativos.

Su resignada adhesión a esa vida en la que nada había llegado a ser lo que pudieron esperar dos años atrás.

la noche trae consejo.

después que los cuerpos se encontraron en una monótona batalla que en el fondo no habían deseado.

Cruzaba París a pie para estar más solo y despejarse la cabeza.

Se refugia en el café de la estación, menos por disimulo que para tener la pobre ventaja de ver sin ser visto.

El aire de suficiencia disimulando el azoramiento de entrar en París.

Si en ese momento hubiera sido capaz de preguntarle, tal vez el café hubiera recobrado el sabor, o el cigarrillo.

Cartas de mamá (Julio Cortazar, 1959)

Curioso que la gente crea que tender una cama es exactamente lo mismo que tender una cama, que dar la mano es siempre lo mismo que dar la mano, que abrir una lata de sardinas es abrir al infinito la misma lata de sardinas. pero si todo es excepcional.

Lo ha pensado sordamente, como desde lejos. A veces el pensamiento parece tener que abrirse camino por incontables barreras, hasta proponerse y ser escuchado.

No le gusta esa hora en que todo vira al lila, al gris.

Siempre se empieza por creer que no hay misterio en nadie, es tan fácil acumular noticias.

Que pueda estar hablando de una blusa naranja tan lejos de él como siempre.

Los últimos meses son tan confusos como la mañana que aún no ha transcurrido y es ya una mezcla de falsos recuerdos, de equivocaciones.

En esa remota vida que lleva la única certidumbre es haber estado lo más cerca posible de ...

Entonces si uno no sabe nada de... basta dejar de verla un momento para que el hueco se vuelva una maraña espesa y amarga, te tiene miedo, te tiene asco, a veces te rechaza en lo más hondo de un beso, no se quiere acostar contigo, tiene horror de algo.

Hasta a la extrañeza es posible acostumbrarse.

¿Y, ... no te objetiva?

No hay como compartir una almohada, eso aclara completamente las ideas, a veces hasta acaba con ellas, lo cual es una tranquilidad.

viento en la cara como un olvido.

había mencionado a Enghien en las charlas de café, esas frases que parecen insignificantes y olvidables hasta que después resultan el tema central de un sueño o un fantaseo.

Las armas secretas, Julio Cortazar


Con ese aire de doblemente quietas que tienen las cosas movibles cuando no se mueven.
Uno de todos nosotros tiene que escribir, si es que esto va a ser contado. Mejor que sea yo que estoy muerto, que estoy menos comprometido que el resto; yo que no veo más que las nubes y puedo pensar sin distraerme, escribir sin distraerme, acordarme sin distraerme, yo que estoy muerto.

Entre las muchas maneras de combatir la nada, una de las mejores es sacar fotografías.

Cuando se anda con la cámara hay como el deber de estar atento, de no perder ese brusco y delicioso rebote de un rayo de sol en una vieja piedra...

Sin que se me ocurriera pensar fotográficamente las escenas, nada más que dejándome ir en el dejarse ir de las cosas, corriendo inmóvil con el tiempo.

Encendí un cigarrillo por hacer algo...

Creo que sé mirar, si es que algo sé, y que todo mirar rezuma falsedad, porque es lo que nos arroja mas afuera de nosotros mismos, sin la menor garantía.

Ojos que caían sobre las cosas como dos águilas, dos saltos al vacío, dos ráfagas de fango verde. No describo nada, trato más bien de entender.

La soledad como un vacío en los bolsillos.

La disponibilidad parecida al viento y a las calles.

Su mayor encanto no era su presente sino la previsión del desenlace.

Con una desazón que quizá empezara a teñir el deseo.

...porque la gente dentro de un auto detenido casi desaparece.

Michel es culpable de literatura, de fabricaciones irreales.

...llenaría mi recuerdo durante muchos días, porque soy propenso a la rumia.

...en esa operación comparativa y melancólica del recuerdo frente a la perdida realidad; recuerdo petrificado como toda foto, donde nada faltaba, ni siquiera y sobre todo la nada, verdadera fijadora de la escena.

De pronto el orden se invertía, ellos estaban vivos, moviéndose, decidían y eran decididos, iban a su futuro; y yo desde este lado, prisionero de otro tiempo, de una habitación en un quinto piso..., de ser nada más que la lente de mi cámara, algo rígido, incapaz de intervención.

Las babas del diablo, Julio Cortazar